viernes, enero 18, 2008

Espíritu Humano (I)

Casi todo el mundo conoce algunos datos sobre la II Guerra Mundial. Saben, por ejemplo, que existían dos bandos (en realidad 3 si contamos a los comunistas, como se puede ver en este brillante gif animado de la wikipedia), que uno de ellos era El Eje y que en éste se encontraban los nazis. Saben también que los seguidores de Hitler fueron los responsables del holocausto, que deportaron y exterminaron por millones a ciudadanos alemanes, polacos, húngaros, holandeses... únicamente por pertenecer al "pueblo judío". Pero ni los propios alemanes saben en la actualidad cuál fue el motivo por el cual lo hicieron.

¿Qué conduce a un hombre a cerrar los ojos y no alzarse contra la barbarie de mandar a su médico, a su cocinero, a su músico favorito o a su panadero a la muerte o embargarle sus bienes? ¿Qué fuerza opera para que alguien que no odia a los judios, que no siente animadversión hacia ellos y que incluso está emparentado con ellos los deporte y pretenda su destrucción de la manera más eficiente posible? Nadie lo sabe con certeza, pero en este último caso se puede inscribir Adolf Eichmann.

La vida de Eichmann ha dado para varios libros, el más conocido (que recomiendo encarecidamente) es Eichmann en Jerusalem, escrito por Hannah Arendt, judía alemana emigrada a EEUU durante la guerra. El funcionario alemán, considerado por las autoridades en la materia (y las autoridades judiciales de la época) como el mayor genocida de la historia de Europa, fue el encargado de organizar la llamada "Solución Final". Como se describe en el libro anteriormente citado, Eichmann no era un tipo brillante desde el punto de vista intelectual, no era un sádico deseoso de sangre ni un antisemita declarado. Sólo era un hombre que deseaba la aprobación de sus superiores, la aprobación del poder, y a eso dedicó sus energías durante la dictadura de Hitler. En el juicio celebrado en Jerusalem contra él, se definió en diversas ocasiones como un instrumento, un instrumento del que abusaron sus superiores para la obtención de un fin. Un instrumento, en sus propias y orgullosas palabras, muy eficiente.

¿Es esto lo que le ocurrió a la población alemana? ¿Se consideraban objetos del poder? ¿Por qué aceptaban las órdenes sin cuestionarlas? ¿Por qué las cumplían satisfactoriamente y se complacían en demostrar su eficiencia? ¿Por qué no se rebelaron los judíos? ¿Por qué las autoridades judías colaboraron con los nazis en el recuento y captura de quienes huían? Diversos estudios posteriores, como el propio ensayo de Arendt, intentaron indagar en algunas de estas cuestiones.

Continuará...

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