Imaginemos una calle de Bagdag, preferiblemente a las afueras, en alguna de las zonas de influencia de la insurgencia (chií, sunnita, ¿qué más da mientras no sean sus amigos wahabies?). En esa calle un soldado, un peón, del ejército americano perteneciente al cuerpo de francotiradores se encuentra apostado en lo alto de un semiderruido edificio. Abajo, a unos 10 metros de altura y 200 de distancia, hay un bulto en el suelo.
Desde su posición apenas lo puede ver, está medio disimulado entre escoria, cascotes y polvo pero aún así sabe que se trata de una bolsa medio abierta de explosivo plástico. ¿Por qué lo sabe? Porque han sido sus compañeros los que lo han puesto ahí media hora antes.
Pasa el tiempo y algo se mueve hacia la bolsa. Desde su mira telescópica aprecia el rostro de un muchacho iraquí. Tendrá unos 18 o quizá menos, quién sabe, la vida en la guerra te hace madurar pronto. La tez oscura, medio manchada medio morena, anda vacilante previendo con razón que lo peor le puede ocurrir en cualquier momento.
El soldado titubea, tiene 25 años y lleva mucha sangre en las manos, pero la expresión aterrorizada del muchacho le contiene. Duda mientras el terrorista se agacha cerca del bulto. "No lo suficientemente cerca" - decide. "No te acerques más" - reza.
El chico se endereza de súbito alertado por algún ruido. Se gira y echa a correr perdiéndose en un recodo. Gotas de sudor perlan la frente del francotirador, se echa un rato espalda contra la pared que le cubre. Sabe que debe volver a apostarse en breve, pero necesita un respiro. "La guerra es una mierda" - piensa, mientras recoge su fusil y se tumba buscando el maldito bulto.
Francotiradores en Bagdag.
2 comentarios:
Lo alucinante es que se esté discutiendo en serio acerca de si esa práctica es o no éticamente aceptable.
No sé, es como el típico episodio de Tom y Jerry, en el que Jerry se las ingenia para hacer creer al bulldog de turno que ha sido el gato quien le ha estropeado la siesta... solo que en este caso el bulldog estaría, en realidad, compinchado con el ratón para tender una trampa al gato y despellejarlo vivo. Porque sí. Porque yo lo valgo.
De hecho, me recuerda a mis partidas de Killer en la universidad: toda persona que portase "armas" era un blanco legal, y uno de nuestros pasatiempos favoritos de borrachera consistía en repartir pistolas de agua (descargadas) entre los asistentes a una fiesta para proceder inmediatamente a empaparlos -legalmente- con nuestros cañones.
Aquello era una gamberrada universitaria. Esto es simplemente una aberración moral de proporciones escalofriantes.
Me encanta. Completas con tu comentario aquello que no tuve tiempo de escribir o que me parecía apropiado para un comentario.
Es algo aberrante, es antiético, es increíble que se estudie si es apropiado. Es una negación absoluta de la condición del ser humano: Poniendo cebos como a peces cuando cualquiera puede picar al ver algo extraño en la calle, desde algún miope, pasando por algún despistado o algún chaval que busque algo con lo que divertirse o fabricar un balón de fútbol.
En fin, nada que no hayas dicho. Has clavado mis pensamientos.
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