martes, diciembre 20, 2005

Reflexiones de un urbanícola

Grité ante la puerta pero no apareció nadie para abrirme. Pensé que, como en toda buena película, existiría una entrada trasera que daría a una blanca cocina y estuviese abierta. Pero entonces me di cuenta que ese tipo de cosas no suelen ocurrir cuando te enfrentas a un iglú.

Perseveré. Saqué un cuchillo y murmuré algo así como "ábrete ahora maldita... o calla para siempre" pero como un lector inteligente intuirá (no Chus, tú no cuentas) la lona hizo mutis por el foro. Comprobé que la multiusos estaba afilada sobre mi dedo, y lo estaba: Podía cortar mantequilla derretida con ella como si se tratase de margarina derretida. Una vez comprobado lo cual, hice lo que todo ingeniero haría en esa situación: Dejarla a un lado por compleja y peligrosa.

Anonadado ante las dificultades que entrañaba violentar tan difícil atalaya, no me dejé llevar por la desesperación y busqué el móvil con el tacto de mis congeladas extremidades anteriores.

Sin cobertura.

Por un momento se me cayó el alma a los pies; me encontraba a kilómetros de cualquier lugar habitado (el pueblo de 100 habitantes del fondo de la carretera no cuenta como pueblo, ni tan siquiera cuenta como lugar, joder), sin móvil, sin medio de transporte, y con la fría y distante sonrisa de la cremallera del iglú disfrutando a cada instante de mi incapacidad de reacción. Fue entonces cuando sentí algo crecer en mi interior: Pánico.

Cerré los ojos, me arrodillé, grité y lloré, y entonces desperté de tan horrible pesadilla bañado en un profuso sudor frío, acongojado y deseando no volver a sentir aquello jamás.

Encendí la maravillosa luz artificial y miré al lado de mi cama. Sobre la mesilla de noche las dos flamantes reservas para el cámping y, a su lado, mi móvil con todas y cada una de sus cinco maravillosas barritas de cobertura presentes. Eran las 4.00 de la madrugada de un Lunes pero me dio lo mismo. Encendí mi portátil y cambié mis reservas a un hotelito de 4 estrellas situado unos cuantos kilómetros más al norte, con wireless para clientes y jacuzzi en el cuarto.

¿Quién quiere aventura pudiendo darse un cálido baño de burbujas?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa pesadilla... la has calcado de mi experiencia en la Sierra de Madrid? Te acuerdas??? xD

Kineas dijo...

Pues cómo me voy a haber olvidado. No te moriste de hipotermia de milagro, si es que sólo a ti se te ocurre hacer semejante cosa...

La próxima vez que se te ocurra hacer una idiotez de ese estilo, avísame que me apunto xD