viernes, marzo 17, 2006

En tres líneas

La gente está loca. ¿Reunirse por miles para beber? ¿Ahogarse en alcohol dándole a la botella con tus amigos? ¿Pillarse un ciego para divertirte con ello? ¿Escandalizados ante algo que ocurre cada fin de semana? Pero por favor, mírense al ombligo, reflexionen y luego no sean hipócritas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Yo no shoy hipróquita! *hic* ¿Y qué le pasha a mi ombilgo? *hic* *bloeargh* ¿¡¿Dónde eshstá el DYC?!?

Sr.zepa dijo...

citandome a mí mismo:
¡Ron, ron, ron, la botella de ron!

Anónimo dijo...

"¡ Alcohol ! líbrame de las miserias humanas ,
entra por mis tripas , suda por mis poros ,
hilariza mis neuronas , gástame mis oros ,
haz de mis dias sólo celebraciones paganas .

Yo sigo levantándote en mi estóica copa ,
Celebrando el renacer de otra juerga
Y ante lo cotidiano declárome en huelga
Si tu portentosa autoridad me arropa ."

Anónimo dijo...

Ya puestos, un recorte de prensa (viva la infracción de copyright...):

El 'botellón' y el posmodernismo


Josep M. Loste Romero - Portbou (Girona)

EL PAÍS - Opinión - 21-03-2006
Últimamente en Francia los estudiantes se movilizan, con una gran madurez ideológica, contra el intento de su Gobierno de querer aplicar un nuevo contrato de trabajo superprecario para los jóvenes universitarios, que significaría el despido libre en los dos primeros años después de acabar la carrera.

Ante esta situación, lo que nos tendría que hacer reflexionar muy profundamente es que mientras en el país vecino la protesta contra el conformismo y la precariedad se hace oír en la calle, en nuestro país la contestación no es social sino banal: a través de un incívico botellón de características nihilistas.

Sin ningún género de dudas, en este país la concienciación social está bajo mínimos. Amplias capas de la clase media y baja de más de 30 años se encuentran esclavizadas, amordazadas socialmente hablando, por culpa del coste de las hipotecas y de la elevada inflación, y los menores de 30, sin ningún futuro claro, han sucumbido a los cantos de sirena de un posmodernismo muy estúpido y alienante.

Kineas dijo...

Disiento enormemente.

En Francia ha habido un bonito movimiento (como muchos otros durante su historia) para frenar una legislación que consideran injusta.

En españa ha habido (intentado haber) una fiesta de carácter popular en la que no todo el que iba, iba a beber hasta morir. Anda que no he participado en botellones sin probar una gota de alcohol (y me consta que varios de los que leen esto han hecho lo propio).

¿Botellón nihilista? Pero por favor... ¿existe algo menos nihilista que quedar con 10.000 personas más para pasarlo bien? ¿Incívico? Pero si se quedó para hacerlo en la zona del faro de Moncloa, precisamente porque allí no vive NADIE. Ojalá Madrid hubiese seguido el ejemplo de ciudades como Granada.

Me hace mucha gracia la gente que critica a los jóvenes por beber cuando es algo que el 90% de nosotros hemos pasado a lo largo de nuestra vida, incluído seguramente quien escribe esa sarta de sandeces.

Sinceramente, no comprendo la comparación, aunque sí entiendo las ganas de llevarse las manos a la cabeza por parte de cabezudos sesudos como ése. Gente que en su egocentrismo no se da cuenta de que lo que realmente le jode es no tener ideas para divertirse... salvo cuando se bebe en su casa, muy dignamente, unos lingotazos de Chivas.

K(it)K(at): He escuchado una conversación entre un milanés y una muchacha en la que el italiano decía que la gente de Milán iba a organizar un botellón a imagen y semejanza de "sus hermanos españoles".

Manda güevos.

Anónimo dijo...

Hoy también dicen algo, mucho más interesante:


Juventud

ELVIRA LINDO

EL PAÍS - Última - 22-03-2006
Imaginemos un joven al que le gusta beber pero no necesariamente hasta caer inconsciente, imaginemos que ese joven vuelve a casa cruzando el centro de cualquier ciudad española, Madrid, Barcelona, Cáceres, el día elegido para el botellón sin fronteras. Imaginemos que ese joven está terminando su carrera, ha empezado a trabajar a tiempo parcial y tiene en mente algunos proyectos, que unas veces ve fáciles y otras imposibles, según los días. Imaginemos que ese joven necesita irse de casa de sus padres ya, no porque se encuentre mal en el nido, sino porque no quiere prolongar más este estado de transición. Ha escuchado a sus padres una y mil veces contar cómo dejaron la casa paterna a los 21 años, cómo la verdadera vida comenzó a los 21, les ha escuchado narrar la épica de una juventud progre, antifranquista, se ha divertido ante el recuerdo de las broncas a las que tuvieron que enfrentarse para conseguir el más mínimo logro de independencia. Para él, sin embargo, todo ha sido relativamente fácil: volver a las tres de la madrugada, manifestarse, expresar su opinión. Va camino de los 24 años y piensa que ya ha perdido dos de la verdadera vida, piensa que le resulta cómodo tener una relación relajada con sus padres pero hay veces que secretamente envidia una historia más procelosa. El año que viene termina la carrera pero ese joven no acierta a vislumbrar cuándo podrá renunciar a la vida subvencionada. Cuando eres niño, piensa, te sientes en tu derecho, en la juventud te sabes subvencionado. No sabe si irse de España y probar suerte fuera. Si se queda tiene el panorama de un contrato basura, si se va le espera lo mismo pero al menos podrá añadir a su currículo un toque de cosmopolitismo. Ese joven que cruza la ciudad mira sin mirar la apoteósica reunión de defensores del botellón, ver sin ver la cara de algunos conocidos, pero hoy no tiene el ánimo para eso. Quisiera gritar. Gritaría, pero por un futuro, por la posibilidad de cumplir alguna ambición que no quiere que vaya perdiendo fuste ahogada por una comodidad chata. Ese joven que cruza la ciudad inquieto y desesperanzado ante el porvenir forma parte también de eso que llamamos la juventud. "La juventud reclama espacios de ocio para emborracharse", dicen. ¿Pero qué es la juventud? La juventud es también ese muchacho.