El nuevo reino precisaba un noble que lo dirigiese y quién mejor que su fundador para serlo: Roy Bates se autoproclamó Príncipe de Sealand ascendiendo automáticamente a princesa a su mujer y a principito al joven Michael. Todo aquel que jurase la corona adquiriría la ciudadanía y, por lo tanto, la libertad para habitar el nuevo país de apenas 550 metros cuadrados.
Desconozco la repercusión que tuvo entonces el golpe de mano de la familia Bates en la prensa inglesa, pero un año más tarde, durante la cercana incursión de un navío de la marina británica para (oficialmente) reparar una boya científica, el chico de Roy, henchido su pecho de patriotismo libertario, que diría Fidel, llevó a cabo una serie de disparos de advertencia que acabaron con el muchacho delante de la corte opresora acusado de pertenencia ilegal de armas así como uso temerario de las mismas.
El fuerte, al hallarse por aquel entonces en aguas internacionales, no podía ser considerado como parte del otrora poderoso imperio y, por lo tanto, la jurisdicción del gobierno de las islas era cuando menos dudosa. El juez, en vista de los hechos, no pudo más que declarar la inocencia del joven. Este hecho sería esgrimido desde entonces por la Familia Real como la primera prueba de facto de reconocimiento de Sealand como nación.
El resto es historia. Más de 30 años llevan los sealandeses luchando por ser considerados nación por la ONU con una ristra de juicios, luchas intestinas (incluída una guerra civil) y diversos negocios a sus espaldas. Si os interesa, este brillante enlace lo trata todo con suma precisión y proporciona mucha más información que la contenida aquí.
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