lunes, agosto 22, 2005

Arena Blanca

Hay algo intrínsecamente bello en la costa gallega. Quizá sea su mar, que baña sus costas con creciente pujanza a medida que el plenilunio se acerca. Quizá sus rocas, cubiertas con un delicioso mural de crustáceos que acaban siendo servidos en las más caras mesas del mundo, o puede que su arena blanca, completamente natural y cuya mirada con una lupa de suficiente potencia ofrece un espectáculo apasionante de fragmentos microscópicos de concha. No lo sé. El hecho es que lo hay.

Al norte de Galicia hay una pequeña zona llamada "Serra da Capelada" en la que los caballos de las poblaciones vecinas son criados en libertad. Por las tortuosas pistas que avanzan entre riscos, caballos, penumbras y nieblas se llega a un pueblecito, en lo más alto de las montañas y clavado en un acantilado, llamado San Andrés de Teixido. Muchas leyendas gallegas se originan en la aldea y el antiguo santuario que cobija. A apenas un kilómetro de allí se encuentra Vixía de Herbeira.

No se tiene constancia, al menos en la costa occidental europea (fiordos noruegos incluidos) de la existencia de un acantilado de mayores proporciones. Más de 600 metros de caida libre desde el mirador natural de Vixía de Herbeira hasta las rocas que son golpeadas por el mar. Es un espectáculo de imponentes sensaciones que, como prácticamente todo en Galicia, se encuentra olvidado salvo por los parroquianos del lugar y unos cuantos gallegos afortunados. Es como si Atlas hubiese esculpido a pico y pala ese litoral por el mero interés de jugar un frontón con alguno de sus titánicos familiares, familiares que, por otra parte, agitan el océano dándole ese impresionante aire salvaje a la costa que me vio nacer.

¿Nostalgia? Pálido tributo.

Recordando: El batir de las olas contra las rocas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Invítame a visitarlo algún día...






...te reto. x)